‘Aquí nos tiran como chanchos’
Miles de indígenas ngäbes salen de sus comunidades, desde agosto hasta marzo, para buscar trabajo en las fincas cafetaleras de Panamá y Costa Rica.
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CAMINO DE TIERRA. Pocos son los autos que se aventuran más allá de cerro Grito, en Chichica. Para salir de Peñas Blancas o cerro Miel, se deben caminar largas jornadas. |
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SOLO LO BÁSICO. En la finca El Indio de San Vito, en Costa Rica, los ‘cosecheros’ ngäbes ocupan viviendas que están en mejores condiciones que los cuartos de las fincas panameñas. |
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VISTAZO. Una de las viviendas para los trabajadores ngäbes en San Vito. El propietario de la finca ha establecido reglas para procurar condiciones sanitarias mínimas. |
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RUTINA. El trabajo de la cosecha es silencioso. Los ‘cosecheros’ apenas si se ven entre los cafetales y solo al final de la jornada se les nota, con sus latas llenas de grano. |
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PRENSA.COM
Una y otra vez mencionan lo mismo. Lo dice José, mientras su hija Rosa le juega entre las piernas: “¡Aquí nos tiran como chanchos!”. Lo dice Walker, con gesto de infortunio: “Aquí el patrón no pone mucho cuidao en eso”.
No importa si se está en Boquete o Jaramillo, en Miraflores, Sereno o Peñas Blancas. Cuando se le pregunta a un indígena ngäbe sobre el trabajo en la cosecha de café, no todos piensan ya en las tierras altas chiricanas.
Como dice José, ahora con su niña en brazos: “Pasé dos años trabajando en San Vito, en Costa Rica... Allá sale mucho mejor”.
Sale mejor porque allá la lata es más chica que la que debe llenarse en Panamá, porque las plantas son más bajas y los terrenos, menos escarpados.
Sale mejor porque allá hay mejores cuartos –según dicen los indígenas– y porque entre las plantas de café hay algunas de plátano “y nos dejan cogerlo”.
Desde hace varios años los indígenas ngäbes cruzan los puestos fronterizos de Paso Canoas, Río Sereno y Guabito, y se adentran en Costa Rica con la esperanza de conseguir mejor paga y mejor trato.
Como explica Gregorio Caballero, alcalde del distrito de Müna en la comarca Ngäbe Buglé, “la migración es de décadas... La población indígena le ha servido a los empresarios porque no hay trabajo en nuestras áreas”.
Solo que, cada vez más, la población indígena está prefiriendo al empresario tico.
Panamá y su café
Según los últimos datos de la Asociación Nacional de Beneficiadores y Exportadores de Café de Panamá (Anbec), en el país hay 11 mil hectáreas dedicadas al cultivo del café. Hace algunos años, el total de hectáreas eran 25 mil.
La prolongada crisis en el mercado (1992-2004) y el aumento de precio de los insumos de producción disminuyó la cantidad de tierras dedicadas a la siembra del grano, y los empresarios que sobrevivieron buscaron nuevos nichos para recuperarse: la producción de café especial, las catas y las subastas internacionales.
Pero este año el clima ha sido el peor enemigo. Graciano Cruz, cafetalero de la región de Boquete, en la provincia de Chiriquí, dice que la cosecha ha sido especialmente mala porque las lluvias no han parado.
“Hemos tenido 30% de pérdidas por lluvias”, asegura, y otras más por la plaga del “ojo de gallo”, que defolia la planta y afecta el fruto.
En medio de este panorama, es poco el trabajo que hay hoy en los cafetales, pero aún así la migración empezó desde agosto.
Desandando el camino
Según los cálculos oficiales –preparados en base al movimiento de los años anteriores– este año 2010 se esperaba que 12 mil indígenas cruzaran el puesto fronterizo de Río Sereno-Sabalito.
Pero como dice Mariano Barrantes, jefe de la dirección regional de Migración de Sabalito (Costa Rica), desde agosto han pasado apenas 2 mil 500.
“Para octubre de 2009 ya habían ingresado unos 4 mil”, recalca.
No se sabe si es por los bonos del programa de Red de Oportunidades o por las becas universales (que debe ir a cobrar la familia personalmente), o porque, sencillamente, están pasando por otros sitios, lo cierto es que el número de trabajadores indígenas que ha cruzado a Costa Rica es poco.
El paraíso pobre
Aquiles Salinas, por ejemplo, no se fue este año por sus sembritos de café y sus “frijolitos”.
“Diez años llevo saliendo”, dice, mientras intenta protegerse de la llovizna que cae en Peñas Blancas. “A veces salgo por Chichica, a veces por [Alto] Chamí”, cuenta con recelo.
Pero ahora se quedó porque está atrasado en su cosecha y está esperando diciembre para irse al cafetal. “Ya aquí los demás se fueron”, dice, mientras señala los cerros y las montañas alrededor.
Peñas Blancas es una comunidad indígena ubicada en la comarca Ngäbe Buglé, con una escuela, una oficina del Tribunal Electoral, y un puñado de casas y bohíos.
Hay un solo teléfono público, la señal de telefonía celular únicamente llega a los cerros más altos y, para mirar la televisión todos van a la casa de Cevedo.
Ubicado casi a los pies de la cordillera central, el caserío bien parece un pesebre vivo.
Es tan impresionante la belleza, que entristece la pobreza. Es tan distante el sitio que todavía no hay carreteras. Apenas existe una trocha abierta a piqueta, por la que sube y baja un pick up que lleva a los maestros y la mercancía para las tiendas.
El dueño del pickup se llama Eufrasio Miranda. “Hace como cinco años me fui a Costa Rica y en tres meses me hice mil 600 dólares”, cuenta. “En Boquete, son apenas unos cientos de dólares”.
Precisamente, los que van a trabajar a los cafetales acuden con la idea de reunir dinero para regresar con los bolsillos llenos a sus comunidades. No siempre lo logran, por el alcoholismo.
Los que sí, utilizan el dinero para alguna “mejorita” para la casa, para comida, para la escuela de los hijos, “para comprarse un caballo y poder ir más lejos”.
Pero salir de Peñas Blancas, de Kankintú o de Soloy, o de cualquier otra comunidad indígena de la comarca, es un reto casi sobrehumano por las distancias, el estado de los caminos y la malnutrición.
Aun así, la enfermera de la Caja de Seguro Social Costarricense que trabaja en el puesto de Sabalito, Marta Benavides, dice que “este año los estoy viendo bien”, porque en 2009 llegaron muchos agripados y había más niños con problemas de diarrea.
Húmedas y oscuras
Cuando van a trabajar a los cafetales, las familias ngäbes duermen en los llamados “campamentos”.
Los hay de madera y de cemento, algunos tienen agua potable, pocos tienen luz eléctrica y casi ninguno tiene servicios sanitarios.
Con paredes desteñidas y poca ventilación, la galera de cuartos suele estar entre los cafetales y en terrenos bajos. Mirar adentro es casi imposible: es tanta la oscuridad que los ojos nunca terminan de ver, y es tal el desbarajuste de ropas y bártulos, que todo parece estar por cualquier parte.
Pese a la miseria que se respira, los niños están felices. Corren descalzos, sonríen, se entusiasman viéndose en la cámara digital. La que tiene una nagua nueva la luce contenta y dice: “¡Mia!”.
María vive en uno de esos campamentos y mientras su marido cosecha café, ella arma naguas en su máquina de coser manual.
Del otro lado
Para cruzar a Costa Rica, todos los ngäbes deben pasar por el puesto de salud conjunto de Panamá y Costa Rica.
Allí les dan charlas educativas –cómo lavarse las manos, uso del preservativo, aseo del hogar– y les toman muestras de sangre para detectar enfermedades.
Benavides, la enfermera, explica que Costa Rica lleva siete años dando este servicio, y el Gobierno gasta en esto “porque es una manera de evitar que pasen enfermedades de transmisión” como el tétano, la tuberculosis y la tosferina.
“Acá llegan [los niños] con los esquemas de vacunación desactualizados; no hay control de vacunas”, señala.
Solo si pasan el control sanitario, los indígenas obtienen un salvoconducto de Migración de Panamá y de Costa Rica. En los cafetales donde los contratan, les piden el salvoconducto.
San Vito, uno de los destinos más populares de los ngäbes, está a escasos 45 minutos de la frontera. Antes era tierra de bananales y hoy es de café.
Pero como en Panamá, el negocio también anda chueco.
“La cosecha va a ser baja en todo el cantón (municipio)”, asegura Roberto Rojas, propietario de la finca El Indio. “La lluvia ha estresado las matas y estamos en un programa de renovación” que ha disminuido las hectáreas por cosechar, añade.
En la finca trabajan 100 indígenas –unos pocos son “cosecheros” ticos– a quienes se les paga un dólar con 50 centavos por cajuela (lata de café).
Dice Chio Montezuma, ngäbe y capataz de la finca, que aunque la cosecha está mala los indígenas prefieren el trabajo allá, porque el trato de los “patrones” es mucho mejor.
Darío Sánchez, un joven de 21 años que apenas se nota entre el cafetal , es parco al decirlo: “Es más mejor que en Panamá la casa [sic]. Allá no hay luz; acá la mata es más baja” y se alcanza el fruto con mayor facilidad.
En una casa de la finca El Indio hay un letrero que llama la atención. Son las reglas establecidas para el mantenimiento de las casas y se lee, por ejemplo, que hay que cuidar los jardines alrededor, no cocinar dentro de la vivienda, y hacer sus necesidades fisiológicas exclusivamente en los servicios sanitarios.
Rojas señala que optó por escribir las reglas para que los trabajadores y sus familias supieran de antemano las condiciones para ocupar las viviendas. Ciertamente, las casas y sus alrededores están más despejados y limpios.
¿Está afectando esta realidad a los cafetaleros panameños? Cruz, de Boquete, dice que tal vez se resienta en el área de Sereno por su cercanía con la frontera, pero no en las tierras altas de Chiriquí.
De hecho, agrega, los productores de café especial están en condiciones de ofrecer precios competitivos por lata. “El año pasado pagamos 2.50 dólares la lata y este año pueda que suba a 2.75 dólares”, asegura.
Cruz admite, sin embargo, que los ticos “sí ofrecen mejores condiciones”.
Así las cosas, no es raro que, cada año, los ngäbes se adentren más en el país vecino. Primero fue Sabalito y luego San Vito. Ahora llegan hasta San Marcos.
Como cuenta Rojas, de la finca El Indio, cada vez van más pal norte.
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OTRA TIERRA. En San Vito es usual ver a familias ngäbes. Por la mejor paga y vivienda, los indígenas panameños están prefiriendo trabajar para los jefes ticos. | HACINAMIENTO. Interior de un cuarto de un campamento en Río Sereno. Sin ventanas ni luz, las camas para los trabajadores –en Panamá como en Costa Rica– son largos tablones. |
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HUMEDAD. Sin servicios higiénicos y en terrenos bajos, los campamentos son sitios insalubres en los que muchas familias indígenas viven durante varios meses. | CUADRILLAS. Muchos ngäbes emigran en grupos familiares. Cada grupo tiene un ‘jefe’ que los representa, lleva el papeleo y traduce, cuando hace falta. |
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EXPERIENCIA. Aquiles Salinas vive en Peñas Blancas y tiene 61 años. Aunque en los últimos 10 años ha emigrado para la cosecha de café, esta vez se quedó para atender sus cultivos. | DE UN LADO A OTRO. Entre Río Sereno y Sabalito no hay muros ni puestos fronterizos demasiado llamativos. Los indígenas cruzan de un lado a otro solo con un salvoconducto. |
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EDUCACIÓN. En Sabalito existe un puesto de salud en el que los trabajadores ngäbes y sus familias reciben instrucciones sobre medidas sanitarias básicas. |
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