La bandera que vino del norte
Después de la invasión, la bandera panameña que ondeaba en la base de Howard fue ‘regalada’ por el Comando Sur al capellán Ricardo Hernández.
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EN CASA. El 23 de diciembre de 2001, Lichacz entregó a la presidenta de la República, Mireya Moscoso, la bandera que ondeaba en Howard.Cortesía/Sheila Lichacz |
PRENSA.COM
Diciembre de 1989 en la base militar estadounidense de Howard. Ese día no hubo honores ni retoques de tambor, tampoco cañonazos de salva.
Solo se escuchaba el estruendo de los mortíferos black hawk, que sobrevolaban las costas de Veracruz para tomar nuevo impulso y vomitar su mensaje de muerte.
Un silencioso soldado, con el rostro pintado de verde, bajó de un tirón la bandera panameña del asta y dejó solo la de Estados Unidos: había control total del territorio panameño, pero la semilla del patriotismo permanecería viva.
Eran tiempos de guerra. Muchos panameños en el extranjero trataron en vano de entrar al país. Fue el caso de la famosa pintora Sheila Lichacz, nativa de Monagrillo, Chitré, y de su esposo estadounidense John Lichacz.
El apoyo del coronel Ricardo Hernández, capellán jefe de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, facilitó que entraran por Howard y se refugiaran en Albrook, en la residencia del sacerdote mexicano-estadounidense.
“Tuvimos que arrastrarnos como iguanas en medio del silbido de las balas”, expresó Lichacz en entrevista con este diario. Permanecieron siete días en Albrook y regresaron como refugiados a una base aérea de California. Sheila, en ese entonces embajadora plenipotenciaria y extraordinaria en misión especial, había conocido al sacerdote Ricardo Hernández en 1982 en una base militar de Austin, Texas. Desde entonces, mantenían una amistad fraterna.
Regreso a la Patria
Desde aquél histórico 20 de diciembre de 1989 no se supo más de la bandera. Sheila tuvo una exposición llamada Colores patrios, evento que abrió avenidas al tema de la bandera perdida. Fue entonces que Hernández confesó que tenía la bandera panameña que ondeaba en Howard.
“Padre, esa bandera no es suya, usted no es panameño, esa bandera le pertenece a la patria”, le recriminó inmediatamente Sheila.
El 22 de diciembre de 2001, Sheila y John Lichacz entraron al aeropuerto de Tocumen con una caja de madera con tapadera de vidrio. No hubo preguntas. Solo había una mujer, con la frente en alto, con un cartucho que contenía la urna con la bandera. El 23 de diciembre de 2001 la pintora entregó el pendón a la entonces presidenta, Mireya Moscoso, en una emotiva ceremonia en el Palacio de las Garzas.
Símbolo de libertad
Mireya Moscoso confirmó a este diario que, en compañía del vicepresidente Arturo Vallarino, recibió el emblema nacional, y posteriormente lo remitió al Museo Reina Torres de Araúz.
“Fue emocionante recuperar el signo de nuestras luchas patrióticas y el tricolor que marcaba el retorno a la democracia”, afirmó.
En entrevista telefónica con este diario, el capellán Hernández admitió que la bandera fue un “regalo de despedida” que le hizo el Comando Sur en el verano de 1990. La tuvo colocada –por 10 años– en la pared de su casa (en Virginia) como un recuerdo de la faena de la invasión.
El capellán ayudó a muchos panameños que sufrían la persecución del general Manuel Antonio Noriega, quien permanece actualmente en la lúgubre prisión de La Santé, en Francia. La bandera regresó... Noriega, no se sabe.
La salvadora de ‘El Conchero’
Desde que Sheila Lichacz se escapaba de la mano de su abuelo Vilo Delgado para irse al río a jugar con los trocitos de caracoles y objetos antiguos de barro, estaba predestinada a ser una mujer para grandes misiones. Ella salvó “El Conchero” de Monagrillo, Chitré, provincia de Herrera, un sitio arqueológico que tiene miles de años.
Sus pinturas, caracterizadas por emblemáticas tinajas y caracoles, han sidos expuestas en el Instituto Smithsonian, en el Vaticano, en el santuario de Caná de Galilea, en el Santo Sepulcro de Jerusalén, en Harvard University, en la OEA, y también en la iglesia San Miguel Arcángel de Monagrillo.
Un cáncer, que data de hace 41 años, ha mermado su salud pero no ha logrado doblegar su voluntad. La otra semana va a la Clínica Mayo con plena confianza en Dios, y apoyada por su inseparable esposo John.
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